Temporada de 2014, de nuevo toros en
Madrid. La equiparación del precio de las entradas provoca una nueva
geometría en la parroquia, excelente entrada en los bajos,
paupérrima en los altos, solo conservamos nuestro escaño arriba
los recalcitrantes habituales y un grupo de chavales de los que luego
hablaré.
Comenzó con un minuto de silencio por
el reciente fallecimiento del D. Adolfo Suárez. Los minutos de
silencio, en las Ventas, suelen ser tan espesos que se mascan,
silencios que gritan y completan el espacio sonoro, como este debió
ser, como lo deben ser todos, un minuto al que poder sumarse sin
reparo, sin tener que dar luego disculpas a tu propia conciencia por
haber ido contra ella. Y este no lo fue. Un grito perturbador que
quiso ser zalamero, resultó publicitario y acabó gazmoño y
estúpido truncó la solemnidad del acto, lo quebró como un vidrio:
¡Váyanse a la mierda, corifeos!
Hacía frío, durante la corrida los
movimientos de las masas, la masa es veleidosa como una casadera,
variaron la geometría miranda: de tonsura a pelo ralo, de vacío en
los altos a quasi-vacío por doquiera, a favor del Señor Hawkins y
de la tercera ley de la termodinámica. Hablando de termodinámica
¡Puta, que hacía frío! como diría un chileno en su idioma.
La corrida fue una sucesión de
anécdotas conocidas. Picadores por los suelos con novillos que se
caen, monos que colean, banderillas al mismo sitio, estocadas de
libro del perfecto carnicero junior, subalternos que no entran al
quite, que llaman al toro desde el burladero, que no recogen los
trastos del matador aunque casi lleguen a pisarlos, saludos desde el
tercio sin que nadie aplauda, lleno con gañote supernumerario, como
es costumbre, en el callejón y mucha tauromaquia moderna, mucho mas
moderna que Belmonte (ni me quito yo, ni me quita el toro) me quito
yo y se cae el toro. En dos palabras: lamen table. (¡Coño que bien
me ha salido!) o sea, lo habitual.
La otra parte de lo interesante de
ayer, fúbol aparte: los niños. Tan ausentes, o casi, como en
temporadas anteriores, no destacaban en los tendidos, destacaban las
peñas de los toreros, apaludidores y orejeros como ellos solos.
Ocho, chavalillos, ocho, solitarios en el Alto del Golam, por encima
de mi cabeza, que ya es raro que ande alquien por ahí, muy bien
situados en su número de localidad exacto, demostraron su
absoluto desconocimiento de la plaza y de la tauromaquia.
Alguien les dijo que se bajaran un
poco, que se pusieran con nosotros y lo hicieron, mi
contradictor-insultador habitual de la andanada hizo bien en
advertirles contra mí. Disfruté su compañía y mi magisterio
temporal respondiendo a sus curiosas preguntas. ¿Por qué hay que
picar allí? ¿Cuándo les toca torear aquí? ¿Aquí hay un juez o
un árbitro? Pero la pregunta del millón fue: ¿A usted le gusta el
fútbol! ¡Naturalmente chaval!. (¿Por que suponen que no ha de
gustarme? ¿por qué esa sensación de que toros y fútbol son
excluyentes?).
Lo interesante es su historia, ocho
muchachos que deciden sacar las entradas por Internet, 56 € de
vellón, ¡El día en que deberían haber pasado gratis total! Yo sé
que la empresa los vio, la empresa en Madrid lo ve todo. ¡Tengan una
atención con ellos, joder, no sean ratas!
Decían volver, esta vez gratis,
aprovechando la oferta de este ciclo, parecían contentos, fue para
ellos un mundo nuevo y para mí lo mejor de una tarde de toros que
sin ellos hubiese sido como tantas infumables y lamentables tardes de
temporada en Madrid.
Espero que vuelvan, a pesar de todo
nosotros también volveremos el domingo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario