Iba a los toros, otra
vez, con ilusión y sin esperanza, La Feria de la Comunidad de
Madrid, corrida de toros goyesca, echaba el telón con su día mas
grande, antes, de teloneros, tres novilleros habían jugado una bien
presentada y notable novillada de El Montecillo.
Era el día de pisar la
arena, el escenario tantas veces contemplado y nunca hollado por mis
pies. Lo hice por primera vez, alguna foto para el recuerdo y el
propio recuerdo es lo que me llevaré. Allí estaba la banda,
perfectamente uniformada, ofreciendo las piezas en buen concierto y
allí las calesas, las jardineras, girando bruñidas el ruedo,
tiradas por caballos enjaezados, ¡qué hermosos y curiosos los
negros frisones, patas de percherón y baja alzada!.
Poblaban los carruajes
aurigas y lacayos al pescante, majas y manolos el coche, vestidos mas
o menos con tino, mas o menos goyescos, mas o menos de cuando
Fernando VII usaba levitón. De repente la megafonía goyesca de la
plaza nos invitó a despejar el ruedo, ¿no hubiese sido mejor
invitación mediante un pelotón de dragones?. Abandonamos todos al
son madrileño del pasacalle “Por la calle de Alcalá” de las
Leandras.
Arriba, en el corredor
del Alto, apoyados en el quicio del vano que da vista al patio de
caballos, departíamos amistosamente sobre lo divino, lo humano, las
señoras propias y alguna ajena. La casualidad hizo que viese entrar
a Tomás Campuzano, todo señorío y torería paseando esa sonrisa
amable que nunca perdió y siempre le caracterizó. Fue a la capilla,
supongo que a animar a su pupilo. Recuerdo bien a Tomás Campuzano,
le vi torear tantas tardes en aquellos veranos duros, de toros y
público feroces, me gratificó verle tan bien. Entre las cosas que
se tertuliaban, Luis Carlos Aranda. Dudaba yo, mal informado por
culpa propia, su presencia en el coso, me contradecían demostrándome
que estaba anunciado cuando me apercibí de él, allí estaba
valiente, enjuto veterano, quién no hacia mucho se recuperaba en una
UCI. Le jalearon a modo mis interlocutores, él correspondió con
agrado. A posteriori me obligo a felicitarle tres veces: una por su
recuperación, dos por la evidente mejoría y el éxito de su torero,
y tres por los dos monumentales pares de banderillas soplados al
segundo con un grado enorme de exposición ¡OLE!.
Contemplaba yo, asi
mismo, de modo distraído las evoluciones de los picadores y los
movimientos de los mozos de caballos. Curiosos goyescos con castoreño
los varilargueros y chocantes goyescos los mozos de caballos con
zapatillas de deportes digamos marca Acme, y dió la hora. Todo
llega, incluso la hora de empezar los toros, entramos en el sagrado,
aunque emboinable, templo de la tauromaquia poco antes de pitar.
Apoyado en mi bastón de escalada iba, yo alpinista una vez mas, a
alcanzar mi localidad cuando un espectador, contradictor habitual, me
interpeló simpático: ¡Llegáis tarde, hoy no podéis protestar!,
¡Ya veremos si podemos! contesté sin amenaza.
Se inició el paseíllo,
apagado, sin brillo, sin que los alamares rufulgiesen al sol,
remarcando la presencia de los valientes, todo lo contrario, las
filas tristes, tocadas de medio queso, mas parecieran dolientes que
toreros. Medios quesos que desaparecieron hasta el nunca jamas como
si el flautista hubiese dado libertad a a toda su cohorte de
roedores.
Media plaza había al
deshacerse el paseíllo, mas que media plaza: cuarto y mitad. Buen
aspecto presentaba el siete, la sombra estaba desertada por el pelo
entero y, en consecuencia, por el medio pelo, ni políticos, ni
viejos toreros, ni magistrados, ni folclóricas, ni de las CEOEs, ni
de las CEPYMEs, el Gran Mundo no estaba allí. ¡Bastantes problemas
tiene el Gran Mundo!. Allá, en los altos del nueve un grupo de
majas, de las acarreadas con anterioridad daban la única pincelada
goyesca de verdad en un mar de piedra berroqueña y modernidad.
¿El vestuario de los
matadores? Lo hubiese diseñado yo, enemigo visceral de estas
patochadas, Morenito de Aranda, pasable a pesar de las medias negras;
si quitásemos el medio queso, antes de que se lo quitasen ellos
mismos o sea muy rápido y pusiésemos un longuiforme cono en su
lugar, Ferrera hubiese sido un Augusto perfecto. ¡Gloria al
diseñador! ¡Honor al Consejero!, si no nos hubiese dado tiempo
sería también un Augusto ...pero sin sombrero. Aguilar lucia una
extraña ropa interior de gala de ejecutivo agresivo, mas adecuado
para la Picassiana incluso para la Kandinskyana que para la Goyesca.
¡Qué horror, por el amor de Dios!.
Comenzó la lidia y
protesté, no recuerdo muy bien por qué, por hacer derrotar al toro
contra el burladero o por convertir la lidia en una capea o por
alguna tontería de esas, quizá solo para ir calentando la garganta.
Una señora me reconvino: ¡Esto no es el siete!, Señora esto es el
cuatro que también es un bonito número. Para mis adentros también
pensé que el siete tampoco era el siete, pero eso me embarcaba en
una discusión teológica mas de ron con Coca-cola que de cerveza.
Ferrera armó su show en
banderillas, mal, mal y mal con resultado pésimo y faena vulgar
dieron como resultado un asome de orejas por el burladero ente
aplausos de sus incondicionales, que eran una barbaridad.
Luis Carlos Aranda, como
dije, colocó dos pares a ley y muy expuestos, se desmonteró como no
puede ser de otra manera. Morenito estuvo bien con su primero, me
gustó su temple y su colocación, mi premio hubiese sido vuelta al
ruedo, llegaba raspando a oreja y se la dieron. ¡Bien torero!
Pasemos de puntillas
sobre la actuación de Aguilar, no es bueno molestar a un ejecutivo
agresivo en ropa interior abstracta.
Ferrera estuvo sublime en
el cuarto, tanto que el público, espantado del primer toro, le afeó
poner banderillas, las puso, de todos modos, a pesar de la bronca,
con la misma habilidad que en el primer toro: mal, mal y mal con
capote. No está de mas ir sobrearmado al combate haciendo uno mismo
de peón de confianza para colocarse al toro, Alejandro Dumas,
mulato, se subía la pescante de su propio coche para aparentar
tener un criado negro.
Ferrera, figura, cumbre y
pedazo, ofreció su muleta a un espectador, hazlo tu mejor, pareció
querer decir o sea: Ferrera es familiar de Bajatú. Reconozco en su
faena de muleta algunos largos muletazos engendrados con ventajísima
colocación y una maravillosa faena al público. Al público lo toreo
de verdad. Oreja a pesar del bajonazo. Oreja de cuajada, figura,
cumbre y pedazo. Fenomenal Ferrera le pongo en el Índice para no
verle mas.
Morenito toreó al
quinto. Sobre Aguilar solo decir: oreja. Lo demás que dijera podría
molestar a un ejecutivo agresivo en ropa interior abstracta.
El resumen: tres orejas.
Público blando que se venía abajo, Ferrera supo cuidarlo, darle su
tiempo y su distancia hasta meterlo en la muleta. ¡Qué pena de
plaza!.
Daos prisa en venir, sí
tenéis curiosidad, esto se acaba.
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