Nunca
me puse delante. Mis amigos de la infancia decían que no se me daba
mal torear jugando al toro. Mi padre, descanse en paz, fue un buen
aficionado, gustaba corregirme en mi juego: alza la cabeza, ponte
derecho...tantas y tantas veces. No supe hacerle caso.
Pero
¡Cuanto me gusta ver torear!. Admiro valentía y autoridad, aplaudo
las ganas, me emociona el riesgo, valoro el conocimiento. "Arte
y valor, técnica y dominio" se publicitaba un torero en los
años 90.
Llevaba
tiempo alejado del mundo taurino, entre los años 80 y 90 ocupaba yo
cada domingo, cada fiesta, una localidad en los bajos del 4 en las
Ventas, no siempre la misma pero siempre previo paso por taquilla. No
era yo abonado, ni lo he sido nunca, la temporada en aquel entonces
era dura y hermosa, toros y novillos poderosos para toreros de poco
fuste casi siempre. A San Isidro iba poco era complicado obtener la
localidad, lo veía por la tele.
Mi
hermano, aficionado en parte por mi culpa, compañero de
localidad en bastantes ocasiones, ha vuelto a despertar en mí esta
pasión dormida. Me lleva y me trae y mantiene esa ilusión que
arrebata.
He
vuelto pues a ver toros de continuo, Feria de Encastes Minoritarios y
Feria de Otoño, en lo altos del 4, la crisis pasa factura,
variopinto lugar en el que convive la fauna venteña, a la que me
honro pertenecer, con los turistas, los indocumentados, los
familiares y amigos de toreros y ganaderos y algún que otro
aficionado práctico, admirable ejemplar, o no tan práctico.
No
soy mas que un aficionadillo, lo soy al toreo serio, de frente, dando
ventaja al toro; al toro serio, de libras y de poder; a la
observancia estricta de la liturgia; a que se cumplan los tercios
como ordena el reglamento, exige la tradición y recomienda la
costumbre; aficionadillo al premio justo respondiendo con mi aplauso,
mi silencio o mi repulsa a una sola pregunta: ¿me gustó?.
No
tengo mucho interés en el conocimiento del ganado que se lidia:
observo el trapío y el cuajo, valoro la fuerza y el poder, no
distingo entre mansedumbre y bravura a no ser que mansedumbre sea no
embestir y bravura hacerlo. Distingo mejor entre claros y
complicados, pienso que en la vida, y por ende en el toreo, a mayor
dificultad, mayor éxito. Al no entender de encastes me permito
repudiar a todo lo enano, asardinado, cornidisminuido o abecerrado
que se presenta a mi atención sean de quien sean y estén o no en el
tipo. "Está en el tipo" no es, desde luego, una frase mía.
Durante
la lidia, protesto habitualmente. Protesto la presentación del
animal si a mano viene; protesto la invalidez del toro, lidiar un
inválido es muy poco torero un desdoro para la plaza y un fraude
para el público, sobre todo para el público que se pone
delante...de la taquilla; protesto esos manejos en el burladero del
6, llaman al animal para que se estrelle en el pilarote y dañar así
al encornadura, lo llaman desde detrás del burladero. Torear desde
detrás del burladero no es de toreros, es de antitaurinos; protesto
el hecho de no picar: las corridas y las novilladas a las que voy son
picadas está muy feo convertirlas en becerradas; protesto
banderillear mal intencionadamente, recuerdo al lector mi idilio con
la taquilla, alegando las dificultades del toro, "ahí tiene
usted la dificultad: ¡lúzcase!; protesto el hecho de tirarse a
matar abajo, alegando fiereza o mansedumbre, que ambos aspectos
parecen valer como excusa. La frase"no merece mejor estocada"
tampoco es mía.
Por
el contrario, valoro picar bien a caballo parado, torear de frente sin
alivios ni camelos, banderillear en corto y arriba y ver entrar a
matar en corto y por derecho. No estoy por la labor de aplaudir, como
parece decir el catecismo actual, por lidiar sin torear; ni por tomar
el olivo; ni por torear con red, esto es con el subalterno encamado
tras el burladero dispuesto al quite automático desde allí. Me
fastidia enormemente ver al gnomo con al cabeza fuera dando
indicaciones al maestro, en ese caso supongo que el maestro no lo es
tanto.
Me
gusta ver torear, dije, pero lo he visto poco, lo que mas he visto:
alivios, trampas y pata p'atrás.
Un
aficionado me recriminó mi falta de educación taurina, no había
olvidado yo la clamorosa invalidez del astado y seguía protestando
durante la faena de muleta, bien es verdad que cuando el maestro se
estaba yendo de la cara del toro (si alguna vez estuvo delante de
ella). Se demostró que tal aficionado desconocía algo la liturgia
de los aplausos, pero si parecía muy versado en Canal +.
Molés,
el gran Molés, ha educado taurinamente a las nuevas generaciones,
entre sustos y parabienes vela por los toreros y maldice a los que,
como yo gustamos de la tradición y la fiereza, de la integridad de
la res y de la fiesta. Para él y sus educandos, no soy mas que un
triste subproducto: un aficionadillo.
Me
gustaría que mi sensibilidad y mi inteligencia me permitiesen llegar
a ser aficionado. Algún día entre recriminaciones de familiares de
torero o ganadero, aficionados prácticos y aficionados alumnos de
Molés, como el del ejemplo, quizá lo consiga y llegue, como el
protagonista de "1984", a amar al Gran Hermano. Hasta
entonces: ¡Protesto, coño! ¡Protesto!