jueves, 25 de octubre de 2012

Non rien de rien


Non rien de rien.

La vida es como el viaje de un volatinero, es peligroso estar en un extremo, es peligroso estar en el otro y es peligroso estar en el medio; así decía Nietzsche que hablaba Zaratustra.

Una tarde, de esas de otoño que lloran lánguidas y frías las penas de hombres, cuando mi crisis económica, ancestral, perenne, endémica, me mantenía pegado al televisor de dos cadenas, disfrutaba la presencia de la menuda, pero enorme de Edith Piaft en uno de aquellos documentales, ora entretenidos ora inanes, con los cuales una de las dos nos obsequiaba a veces. Cantaba aquella mujer de modo delicioso y evocaba el París admirado que nunca conocí, el París de aquel muchacho que tenía el vino triste cantado por la pluma magistral de Rubén Darío, aquel que decía: “Sí, seré siempre un gandul, lo cual admiro y celebro, mientras sea mi cerebro, jaula de pájaro azul”.

La Piaft cantaba “Non, rien de rien...” mientras hacía equilibrio sobre una cuerda, no recuerdo si pegada al suelo o elevada, como máximo, una cuarta del mismo, armoniosa, elegante, delicada paseaba la cuerda con habilidad no exenta de gracia. Pensaba yo que era sencillo pasear una cuerda casi a ras de suelo, craso error, al parecer, según leí mas tarde es mas complicado que hacerlo en altura.

“Está usted muy confundido, mí señor Don Aniceto. Torear de salón no es nada fácil. Se lo oí decir nada menos que a Rafael el grande, a Lagartijo, de quien fui admirador y amigo. Decía que en toreo de salón es donde se pueden apreciar los movimientos mas airosos...” Se lee en el “Juego del Toro”, epígrafe del “Paseíllo por el planeta de los toros” de Antonio Díaz Cañabate.

Recuerdo aquella tarde de primavera, a entreluces ya, un torero, sin duda, entrenaba en el descampado frente a mi balcón, parecía ser pegajoso y complicado el toro que imaginaba, las hadas, era su hora, suspiraban y los elfos le jaleaban, toreaba sobre las piernas, por bajo, ahora si, ahora no, le perdía pasos y le empapaba de trapo. ¡Bien torero! Algunos elfos se levantaron de los restos de escombro que les servían de asiento y le ovacionaron. El hada de los toreros le tiró discreta un beso.



Pero...

Para admirar a un equilibrista o a un poeta debo verlos recortados contra el cielo. Para ver a un torero recortado contra el cielo, necesito ver el toro entero, de libras y de poder, no el aire ni el becerro.

Non, je ne regrette rien.


martes, 16 de octubre de 2012

Un aficionadillo y el Gran Hermano (de Orwell)


  Nunca me puse delante. Mis amigos de la infancia decían que no se me daba mal torear jugando al toro. Mi padre, descanse en paz, fue un buen aficionado, gustaba corregirme en mi juego: alza la cabeza, ponte derecho...tantas y tantas veces. No supe hacerle caso.

  Pero ¡Cuanto me gusta ver torear!. Admiro valentía y autoridad, aplaudo las ganas, me emociona el riesgo, valoro el conocimiento. "Arte y valor, técnica y dominio" se publicitaba un torero en los años 90.

  Llevaba tiempo alejado del mundo taurino, entre los años 80 y 90 ocupaba yo cada domingo, cada fiesta, una localidad en los bajos del 4 en las Ventas, no siempre la misma pero siempre previo paso por taquilla. No era yo abonado, ni lo he sido nunca, la temporada en aquel entonces era dura y hermosa, toros y novillos poderosos para toreros de poco fuste casi siempre. A San Isidro iba poco era complicado obtener la localidad, lo veía por la tele.

  Mi hermano, aficionado en parte por mi culpa,  compañero de localidad en bastantes ocasiones, ha vuelto a despertar en mí esta pasión dormida. Me lleva y me trae y mantiene esa ilusión que arrebata.

  He vuelto pues a ver toros de continuo, Feria de Encastes Minoritarios y Feria de Otoño, en lo altos del 4, la crisis pasa factura, variopinto lugar en el que convive la fauna venteña, a la que me honro pertenecer, con los turistas, los indocumentados, los familiares y amigos de toreros y ganaderos y algún que otro aficionado práctico, admirable ejemplar, o no tan práctico.

  No soy mas que un aficionadillo, lo soy al toreo serio, de frente, dando ventaja al toro; al toro serio, de libras y de poder; a la observancia estricta de la liturgia; a que se cumplan los tercios como ordena el reglamento, exige la tradición y recomienda la costumbre; aficionadillo al premio justo respondiendo con mi aplauso, mi silencio o mi repulsa a una sola pregunta: ¿me gustó?.

  No tengo mucho interés en el conocimiento del ganado que se lidia: observo el trapío y el cuajo, valoro la fuerza y el poder, no distingo entre mansedumbre y bravura a no ser que mansedumbre sea no embestir y bravura hacerlo. Distingo mejor entre claros y complicados, pienso que en la vida, y por ende en el toreo, a mayor dificultad, mayor éxito. Al no entender de encastes me permito repudiar a todo lo enano, asardinado, cornidisminuido o abecerrado que se presenta a mi atención sean de quien sean y estén o no en el tipo. "Está en el tipo" no es, desde luego, una frase mía.

  Durante la lidia, protesto habitualmente. Protesto la presentación del animal si a mano viene; protesto la invalidez del toro, lidiar un inválido es muy poco torero un desdoro para la plaza y un fraude para el público, sobre todo para el público que se pone delante...de la taquilla; protesto esos manejos en el burladero del 6, llaman al animal para que se estrelle en el pilarote y dañar así al encornadura, lo llaman desde detrás del burladero. Torear desde detrás del burladero no es de toreros, es de antitaurinos; protesto el hecho de no picar: las corridas y las novilladas a las que voy son picadas está muy feo convertirlas en becerradas; protesto banderillear mal intencionadamente, recuerdo al lector mi idilio con la taquilla, alegando las dificultades del toro, "ahí tiene usted la dificultad: ¡lúzcase!; protesto el hecho de tirarse a matar abajo, alegando fiereza o mansedumbre, que ambos aspectos parecen valer como excusa. La frase"no merece mejor estocada" tampoco es mía.

  Por el contrario, valoro picar bien a caballo parado, torear de frente sin alivios ni camelos, banderillear en corto y arriba y ver entrar a matar en corto y por derecho. No estoy por la labor de aplaudir, como parece decir el catecismo actual, por lidiar sin torear; ni por tomar el olivo; ni por torear con red, esto es con el subalterno encamado tras el burladero dispuesto al quite automático desde allí. Me fastidia enormemente ver al gnomo con al cabeza fuera dando indicaciones al maestro, en ese caso supongo que el maestro no lo es tanto.

  Me gusta ver torear, dije, pero lo he visto poco, lo que mas he visto: alivios, trampas y pata p'atrás.

  Un aficionado me recriminó mi falta de educación taurina, no había olvidado yo la clamorosa invalidez del astado y seguía protestando durante la faena de muleta, bien es verdad que cuando el maestro se estaba yendo de la cara del toro (si alguna vez estuvo delante de ella). Se demostró que tal aficionado desconocía algo la liturgia de los aplausos, pero si parecía muy versado en Canal +.

  Molés, el gran Molés, ha educado taurinamente a las nuevas generaciones, entre sustos y parabienes vela por los toreros y maldice a los que, como yo gustamos de la tradición y la fiereza, de la integridad de la res y de la fiesta. Para él y sus educandos, no soy mas que un triste subproducto: un aficionadillo.

  Me gustaría que mi sensibilidad y mi inteligencia me permitiesen llegar a ser aficionado. Algún día entre recriminaciones de familiares de torero o ganadero, aficionados prácticos y aficionados alumnos de Molés, como el del ejemplo, quizá lo consiga y llegue, como el protagonista de "1984", a amar al Gran Hermano. Hasta entonces: ¡Protesto, coño! ¡Protesto!