Dos
orejas
Tarde de toros, novillada
en las Ventas, frío, autobuses del pueblo y grupos de orientales,
pobre entrada, solo se libra de la media pampa o el desierto el
tendido 7, denostado otrora, hoy buscado por snobs y poblado de
ocasionales.
Tarde de toros como
tantas, desangelada, tan gélida de atmósfera como de alma, aquí
comienza la historia de la lucha por la fama, por la gloria o por una
furgoneta.
Y los novillos salen
semejantes a becerrotes, bajados de trapío de inicua manera, lo
habéis conseguido Juli y epígonos, de hecho os estáis cargando la
fiesta. Y los aplausos arrecian, tan falsos como las promesas de
Rajoy, vienen de los excursionistas y los secundan amables los
educados orientales; y aplausos, y mas aplausos, y sopor, y mas
sopor, el novillero-maestro da una clase magistral de estética
parda. Mas aplausos. Y entre los aplausos un quite airoso, queriendo,
de el de menos partidarios. No hubo respuesta ¿a que arriesgar?, no
parecían los aplaudidos de los viajantes hambrientos de toro,
necesitados de aplausos, mendigos de honores, eran armadores de
buses, animadores de excursiones.
Y así iba la tarde,
“Pasó un día y otro día, y un mes y otro mes pasó y D. Diego
que a Flandes partió de Flandes no se volvía”. Había yo elegido
mal la almohadilla (¡qué incomodidad!), desde luego mucho mejor que
la piedra berroqueña de Colmenar, los modernos asientos standard,
diseñados de colores con ergonómico retrepadero; y mejor, ¡coño
qué frío!, la plaza techada con su tapadera digna de un “Arena”
o de un puchero moderno con calorcito incorporado y, mejor que esto,
baloncesto.
Y llegó la hora, el
tiempo efímero del toreo se hizo perenne por un momento, un ¡OLE!,
rotundo, innegable, atronó el ámbito circular del coso madrileño,
era Rafael Cerro: me levanté del asiento.
Luego D. Diego seguía
cómodo en Flandes ¿habría encontrado trabajo?, el decurso de la
vida seguía y continuaban los viajeros aplaudiendo y los becerrotes
embistiendo, de aquí para allá, a rabo levantado, pidiendo luz al
pálido remedo de unas suertes desafortunadas. Volvió Rafael Cerro y
se fue la incomodidad de la piedra y murió sin pena ensoñación del
baloncesto.
Volvió D. Diego y quiso
a Inés o no la quiso que ese es otro cuento y ahora estamos en el
toreo y Rafael Cerro emocionó a un servidor y a los viajantes y a
los del Tour Operator. Gloria a él, alabada sea Demeter. Pintaba en
oros... y falló a espadas, nadie quiso traérselas, fue a por ellas
él mismo, modernidad del self service, y se las dieron sin
instructivo. No me pareció Cerro el que manda después de Dios en su
cuadrilla, mas bien me pareció el chico de los recados, mal honor le
hicieron sus asalariados ¡Sí el Paquiro levantase la cabeza!. Yo
veía mandar en ella a un contramaestre disfrazado de gnomo, gnomo
con buena estrella que buena estrella fue, antirreglamentaria
caridad, que no devolviera el toro la injusticia horaria de la
presidencia. In extremis Cerro, enhorabuena, salvó el primer plazo
de la furgoneta.
Anoto al margen lo que no
debiera ser marginal sino marginado: cariocas a los que embisten y la
suerte pinturera de banderillas que dejó de serlo, supongo que no
pagan lo suficiente a los banderilleros. ¡Ay de la liturgia! Ponedla
por escrito, ases de las letras, pues ya se olvida, ya casi extinta.
Nombrado fue Rafael Cerro, se fueron los toreros y dije: ¡Celebremos!
Celebrando estábamos,
era un buen local, algo incómodo, lo que tiene sabor tiene tendencia
natural a la incomodidad, con unas bien tiradas cervezas, primicias a
la diosa, y unos aperitivos marítimos dignos de fama, cuando a mi
lado sonó alto, firme y acostumbrado: ¡Una de gambas cocidas!,
grito en desuso por mor del dinero. Un ¡OLE! Formidable ocupó
intenso, atronador, espectacular el reducido espacio, el grito
enaltecido, olímpico, coronó de laurel la solicitud de marisco.
La interrogación facial
del sufrido camarero tuvo inmediata la cumplida respuesta: ¡es la
tercera vez que me grita en la oreja!
Dos Olés en una tarde,
sin embargo no hubo orejas, fueron gambas de las buenas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario