lunes, 15 de abril de 2013

Segunda de la Furgoneta


Segunda de la furgoneta


Día de primavera, regalo de Apolo, cuidaos de sus flechas.

Era un aire suave, de pausados giros;
el hada Harmonía ritmaba sus vuelos;
e iban frases vagas y tenues suspiros
entre los sollozos de los violoncelos. 

Decía Rubén Darío.

El sol y la sombra divididos por un infinitésimo arco, se preparaban a la guerra, nítidos orgullosos de su propio ser.

Mi plaza, mi vejada y denostada plaza, esa a la que quieren tapar, no sé si para tapar otras vergüenzas, presentaba un aspecto familiar. Aquí, allá, convertida en solarium, aquí, allá en mentidero. Venían acartelados dos novilleros de cuyo nombre no me acuerdo aunque quiera y el nombrado Brandon Campos, la categoría nominal de su cuadrilla demostraba en Brandon un ponedor de primera categoría y potente economía.

Unas muchachas belgas daban al sol, como exvoto, desnudas, sus alabastrinas piernas. Una se cocía a fuego lento, candidata cierta a la unidad de quemados. Mi paupérrimo francés se arrepiente de no haberla sabido advertir del peligro helíaco.

Extranjeros de tour operator y cristianos aficionados, salvo un conjunto de medida nula, partícipes de esa afición excelsa, ínclita, sublime, soberbia al gusto de los que saben, de los que dicen y de los que escriben, bienpensante y bienehechora cuyo fácil y falso aplauso secunda, indefectiblemente, el fácil y falso aplauso de algún interesado.

Era un aire suave, propio para enmarcar el homenaje póstumo a una ilustre señora. La megafonía anunció un minuto de silencio por el fallecimiento de Doña Dolores Aguirre, entre mis diosas queda, ganadera. El minuto se cumple solemne, sentido, íntegro, yo diría que el puro silencio atronó el espacio. He de quitarme la gorrilla por esos extranjeros educados que le contribuyeron admirablemente, sin saber (la empresa sigue sin querer hablarles en inglés) por su demostrada educación. Muchos aficionados de los hablados tardaron en levantarse, la tauromaquia moderna exige lentitud y parsimonia, y no se descubrieron, quizá para no ser descubiertos. Aunque, en este extremo admito poder estar equivocado.

Roto el paseíllo, uno de los aficionados de gorra inmutable vecino de localidad inferior, y superior precio, se volvió a nosotros. Pensaba yo que aun no había yo protestado, pero no se trataba de eso. “¡Oigan! - dijo- ¿Qué tal es esta localidad?, me ofrecen dos abonos aquí para San Isidro...” “Es un buen sitio – le contesté- da la sombra desde el final del segundo toro...además ¡nosotros no venimos!, San Isidro es solo para aficionados.” Quedó satisfecho, o eso creí.

A la puerta se va el novillero, un poco mas allá de la puerta ¡Oh sabio, santo Zaratustra! Por ti ruego las bendiciones de Ahura-Mazda y la entereza para decir la verdad. Sale el novillo y no se entera, ignora al bípedo de la montera y va a donde siempre van (¿serán hologramas?). Unos empleados dan golpes en la barrera para llamar la atención del toro, Taurodelta ¿tus empleados torean?. Me desgañito de ira: ¡Nadie torea tras la barrera sin mi berrido! Berrido nacido de mi alma de no-aficionado, sea juglar o escudero, si fuese caballero con mas esmero. Allá quedó el torero, solo, arrodillado y sin esperanza, como un pretendiente rechazado por una rica viuda heredera.

Una corrida mas, una de tantas, con sus tercios de quites desabridos, hablaré mas tarde, sus cariocas y sus varas en la paletilla, sus banderillas caídas, sus repugnantes bajonazos y sus espectaculares alivios. Espadas que blanden las espadas a la salida de las tandas, mientras se van de la cara, mendigando unos aplausos por ella.

Y ente tanta mezquindad sin gracia un fogonazo, un estallido de color, allá, en terrenos del nueve, un abanderado de Florencia luciendo su malabar habilidad

Sones de bandolín. El rojo vino
conduce un paje rojo. ¿Amas los sones
del bandolín, y un amor florentino?
Serás la reina en los decamerones, 
Raro artificio.

De los quites hablo y hablo de uno al alimón que no fuel tal. No. Fue que no sabían, ¿A quién le toca? ¡Mueve usted, señor mío! ¡No, por Dios, yo acabo de alejar mi dama de su jurisdicción! Pero yo estoy lidiando, yo saco el toro y lo magreo cuando esté paradito te lo cedo. ¡Qué cachondeo!

Dos ovaciones sentidas se sintieron. Una a Florito por su excelente oficio y otra al toro que se asomó, miró y se volvió a casa. Fueron ovaciones cerradas, sinceras, sin atisbo de manipulación interesada. La primera plaza del mundo...¡cómo te están dejando!. Libación fue hecha, primicias a Demeter Máxima, en homenaje y loa a tan ilustre concurrencia. Tan docta era que dictó su repulsa mas unánime a la presencia de un manso, lo querían devuelto (¡Qué momento, Mendo, qué momento!). ¡No soy digno de sentarme entre vosotros, insignes sabios taurómacos!

Llegó el final, siempre llega en este Universo de tiempo unidireccional, Brandon aprovecho para saludar desde el tercio a sus amigos, los que quedaban, que no eran muchos, salida al tercio que no pude protestar: estaba libando (¡Oh diosa! ¡Feliz tú que vives entre los inmortales y con ellos compartes gozos y gloria!).

Languidecía amable la dulce tarde y Selene soñadora esperaba su reino, era la hora mágica, hora de las hadas, y las largas trompetas de la fama, un tanto desafinadas, anunciaron el triunfo discutible de uno de los novilleros. Son ustedes inteligentes: lo han adivinado. (No apretéis con demasiada fuerza el embrague que os lo vais a cargar). ¡Felicidades al ponedor y al jurado!.

La verdad (¡Oh Zaratustra! ¡Oh Ahura Mazda, por segunda vez te invoco!), hubiese sido justo el desierto, la final, quizá un mano a mano, desierto que, además hubiese hecho juego con mi gorrito del CDA (Club de Deportes Antofagasta).

In fine: El alabastro de las piernas de la belga, y yo, estábamos quemados.


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