A la decadencia le gustan los
artificios, las sorpresas, el peralte alisado, los trajes epatantes,
las vueltas al ruedo mal ganadas, las orejas regaladas, en fin todo
lo que atente contra la tradición, la costumbre, el reglamento o el
buen oficio es bienvenido por ella. La decadencia dice popularizar la
fiesta, hacerla mas divertida, mas familiar, mas de andar por casa,
en detrimento del rito, esencia de la verdad del arte de torear.
La comodidad del espectador moderno y
su prisa derivan en no procurarse el conocimiento de su diversión,
renegará de lo que aburre, aplaudirá lo que sorprenda, sin parar
mientes en las reglas, ni en el espíritu de la disciplina en
cuestión. Esto no es del todo verdad en la tauromaquia, la índole
gregaria del ser humano hace a la mayoría aunarse con los que
aparentan saber, salvo que ello estropee su diversión.
Habrán comprobado, yo lo he hecho,
que, a veces, una petición de oreja no atendida conlleva una bronca
estrepitosa, razonable o no, al presidente. Pero no una ovación al
torero, se les olvida sacarlo a saludar, salvo que las palmas
comiencen a surgir de algún lugar interesado.
La petición de oreja es un acto de
concordia social, independiente de la actuación del torero, cuando
esta se concede hay un no sé que de alivio en la plaza, una
satisfacción, gozo, puede que un éxtasis; no es el buen toreo el
que aplauden, sino la consecución del premio, en resumen, el público
se aplaude a si mismo por haber obtenido la oreja para el torero.
Observen las orejas que se conceden en plazas de tercera. Es muy
fácil conducir a las masas, solo hay que saber activar los polos de
energía.
Decadencia, la plaza de Madrid va hacia
la demolición antes que a la ofensiva y maldita tapa de water.
Demolición de ese saber que atesoraba su público, de su justicia,
de su equidad, de su sentido de las formas, de su elegancia, del
gusto por el trabajo bien hecho: de la verdad. Eso está
prácticamente en ruinas, ruinas dignas de excursiones a ver lo que
fue.
Por unas monedas podéis sentiros
aficionados duros del tendido siete, contemplaréis, admirados, sus
figuras señeras, domesticadas a base de incursiones a los platós y
las paellas con capea de las ganaderías, llevaréis, quizá, pañuelos
verdes de dimensiones extremas que airearéis cuando os lo indiquen y
luego tertuliaréis frente a ginebras de carta de ginebras y a la
tercera quizá os sentiréis un Corrochano, un Díaz-Cañabate o un
Alan Poe de andar por casa.
Antes de ayer habéis sentido la
emoción del apoteosis de los dioses menores, catarsis
autoalimentada, solo comparable a una morantada o al instante final
de una vida ilustre. Visteis a esos dioses menores exultantes de gozo,
exhibiendo impúdicos su triunfo, mientras los dioses mayores, torero
y toro, les contemplaban inactivos. ¡Lo nunca visto!
Lo nunca visto, novedad raíz y matriz
de otras muchas que vendrán instigadas por los verdaderos
aficionados: Canal +, amante del abono y de hacer nuevos abonados. La
decadencia está servida. Los intereses espurios del Sanedrín
llevaron a la cruz al Nazareno, ¡A Barrabás, a Barrabás! decían,
plenos de verdad y sabiduría.
Para conducir una masa con suavidad los
átomos de la misma deben sentirse libres, deben soñar que eligen
por sí mismos, no deben pensar haber optado por la única dirección
posible, disculpa dada al tomar la peor, sino orgullosos por haber
tomado la mejor de ellas. Y esa es la que eligieron: vuelta al ruedo
de los subalternos estando el toro en el ruedo. Como los subalternos
sabían que iba a suceder. Y de ella sienten, todavía, orgullo.
Frente la pobre vieja neomudejar, la
moderna jaima del Arte y la Cultura se ríe y se burla, es un grano
que supura, modernidad y estulticia, el sebo de la ignominia. ¡Qué
innovaciones perversas, no habrá de soportar el malhadado coso que
provengan de ella! La imaginación del decadente carece de límites.
Ovación con saludos para el acomodador que ayuda a un abuelo (muy
merecidos por otro lado), Salida al tercio del espectador que ha sido
capaz de explicar al grupo de argentinos la lidia, sin que ninguno de
ellos le demuestre que sabe mas de esto, Vuelta al ruedo del ciudadano
alemán que, a bote por toro, se ha gastado mas en cerveza que lo que
cuesta la entrada. Por poner ejemplos lógicos.
Los ciudadanos romanos daban de comer
carne de esclavo a los caracoles para engordarlos, era todo
modernidad y lujo, decadencia en estado puro.
¡Ahorradnos semejante mierda! ¡No
hace falta que cubráis la plaza: derribadla! ¡No dejéis ladrillo
sobre ladrillo! Haced que sea breve su agonía, antes de verse así,
prostituida y vejada: Mejor perder la memoria que guardar
permanentemente en ella el recuerdo de una infamia.
¡ACABAD CON ELLA! ¡Qué la Warner y
la ÑBA os sean propicias y colmen vuestros arcones!
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