lunes, 3 de junio de 2013

¡Derribad!




A la decadencia le gustan los artificios, las sorpresas, el peralte alisado, los trajes epatantes, las vueltas al ruedo mal ganadas, las orejas regaladas, en fin todo lo que atente contra la tradición, la costumbre, el reglamento o el buen oficio es bienvenido por ella. La decadencia dice popularizar la fiesta, hacerla mas divertida, mas familiar, mas de andar por casa, en detrimento del rito, esencia de la verdad del arte de torear.

La comodidad del espectador moderno y su prisa derivan en no procurarse el conocimiento de su diversión, renegará de lo que aburre, aplaudirá lo que sorprenda, sin parar mientes en las reglas, ni en el espíritu de la disciplina en cuestión. Esto no es del todo verdad en la tauromaquia, la índole gregaria del ser humano hace a la mayoría aunarse con los que aparentan saber, salvo que ello estropee su diversión.

Habrán comprobado, yo lo he hecho, que, a veces, una petición de oreja no atendida conlleva una bronca estrepitosa, razonable o no, al presidente. Pero no una ovación al torero, se les olvida sacarlo a saludar, salvo que las palmas comiencen a surgir de algún lugar interesado.

La petición de oreja es un acto de concordia social, independiente de la actuación del torero, cuando esta se concede hay un no sé que de alivio en la plaza, una satisfacción, gozo, puede que un éxtasis; no es el buen toreo el que aplauden, sino la consecución del premio, en resumen, el público se aplaude a si mismo por haber obtenido la oreja para el torero. Observen las orejas que se conceden en plazas de tercera. Es muy fácil conducir a las masas, solo hay que saber activar los polos de energía.

Decadencia, la plaza de Madrid va hacia la demolición antes que a la ofensiva y maldita tapa de water. Demolición de ese saber que atesoraba su público, de su justicia, de su equidad, de su sentido de las formas, de su elegancia, del gusto por el trabajo bien hecho: de la verdad. Eso está prácticamente en ruinas, ruinas dignas de excursiones a ver lo que fue.

Por unas monedas podéis sentiros aficionados duros del tendido siete, contemplaréis, admirados, sus figuras señeras, domesticadas a base de incursiones a los platós y las paellas con capea de las ganaderías, llevaréis, quizá, pañuelos verdes de dimensiones extremas que airearéis cuando os lo indiquen y luego tertuliaréis frente a ginebras de carta de ginebras y a la tercera quizá os sentiréis un Corrochano, un Díaz-Cañabate o un Alan Poe de andar por casa.

Antes de ayer habéis sentido la emoción del apoteosis de los dioses menores, catarsis autoalimentada, solo comparable a una morantada o al instante final de una vida ilustre. Visteis a esos dioses menores exultantes de gozo, exhibiendo impúdicos su triunfo, mientras los dioses mayores, torero y toro, les contemplaban inactivos. ¡Lo nunca visto!

Lo nunca visto, novedad raíz y matriz de otras muchas que vendrán instigadas por los verdaderos aficionados: Canal +, amante del abono y de hacer nuevos abonados. La decadencia está servida. Los intereses espurios del Sanedrín llevaron a la cruz al Nazareno, ¡A Barrabás, a Barrabás! decían, plenos de verdad y sabiduría.

Para conducir una masa con suavidad los átomos de la misma deben sentirse libres, deben soñar que eligen por sí mismos, no deben pensar haber optado por la única dirección posible, disculpa dada al tomar la peor, sino orgullosos por haber tomado la mejor de ellas. Y esa es la que eligieron: vuelta al ruedo de los subalternos estando el toro en el ruedo. Como los subalternos sabían que iba a suceder. Y de ella sienten, todavía, orgullo.

Frente la pobre vieja neomudejar, la moderna jaima del Arte y la Cultura se ríe y se burla, es un grano que supura, modernidad y estulticia, el sebo de la ignominia. ¡Qué innovaciones perversas, no habrá de soportar el malhadado coso que provengan de ella! La imaginación del decadente carece de límites. Ovación con saludos para el acomodador que ayuda a un abuelo (muy merecidos por otro lado), Salida al tercio del espectador que ha sido capaz de explicar al grupo de argentinos la lidia, sin que ninguno de ellos le demuestre que sabe mas de esto, Vuelta al ruedo del ciudadano alemán que, a bote por toro, se ha gastado mas en cerveza que lo que cuesta la entrada. Por poner ejemplos lógicos.

Los ciudadanos romanos daban de comer carne de esclavo a los caracoles para engordarlos, era todo modernidad y lujo, decadencia en estado puro.

¡Ahorradnos semejante mierda! ¡No hace falta que cubráis la plaza: derribadla! ¡No dejéis ladrillo sobre ladrillo! Haced que sea breve su agonía, antes de verse así, prostituida y vejada: Mejor perder la memoria que guardar permanentemente en ella el recuerdo de una infamia.

¡ACABAD CON ELLA! ¡Qué la Warner y la ÑBA os sean propicias y colmen vuestros arcones!


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