viernes, 24 de mayo de 2013

Morantada



Dicen que un noble personaje defendía con ocasión de una cena la corrección de pedir disculpas siempre que cualquier actuación propia hubiese causado, incomodo, molestias o daño a otra persona, sin haber tenido intención. Defendía lo contrario un aguerrido periodista, invitado al ágape, venía a decir que las excusas, a veces, son mucho mas molestas que el silencio. Otros asuntos mantuvieron alejada la atención de ambos, hasta que el noble, digamos marqués, se levantó con violencia de la mesa y dirigiéndose al periodista le espetó. ¡Que diablos hace sobándome el muslo!. El periodista, sin asomo de arrepentimiento y en tono muy tranquilo dijo: “Disculpe el señor marqués, estaba convencido de que se trataba del muslo de la señora marquesa”.

Morante ofrece una excusa, una sola siempre, de cuya solvencia no duda el morantismo: “Para no torear es mejor abreviar”, una excusa añeja con sabor revenido para los morantistas, en labios de Morante, es un susurro sensual de la ninfa Calypso. Quizá, atendiendo la argumentación del periodista, pudiera ser mejor el silencio, un silencio acompañado de una mirada lánguida, pero sin complejos, una mirada inteligente, limpia de toda ira, de todo resquemor, de todo arrepentimiento, que exprese un sentimiento mas allá de cualquier frase, que cualquier palabra. Una mirada enmarcada por unas guedejas escapadas de una testa tan mal peinada, expresión de una filosofía primordial cercana al absoluto como la vida salvaje se acerca a la verdad.

Una mirada así, Morante la tiene, Morante es mejor actor que muchos cuya cara apenas tiene un registro, unida a un silencio sagrado del cual, el ídolo del pellizco, no sería dueño, sería emperador, haría babear de placer a críticos y palmeros, compañeros, panegiristas y veraneantes del taller de tauromaquia. No sería ya la frase mas cara en los oídos del aficionado de pantalón rosa, verde como variante, chaqueta entallada y clavel en la solapa: “¡Qué media de Morante!” (Morante es especialista en Medias, creo que Di Stefano las anunciaba), ni siquiera: “¡Qué bien habla Morante!”, sino “¡Que bien calla Morante!”. La intensidad orgónica del silencio del demiurgo llegaría a dimensiones cósmicas, un orgasmo en toda regla del ser vivo Universo, validaría sin necesidad de ulterior comprobación las hoy controvertidas teorías del doctor Wilhen Reich.

Hay otra verdad fuera del insigne orbe morantista, una verdad incómoda, una putilla, un fantasma, un alma que pena en la quasi-realidad, diría Charles Fort, pero que exige su trozo efímero de quasi-existencia, Una verdad que grita, aúlla  chilla, sin que se la quiera oír: “Morante no ha toreado, ni ha querido torear, ha traído sus toros debajo del brazo y se ha mostrado incapaz, ha vejado a la plaza, se ha reído de su público y se ha llevado incólume su aura de majestad”.

Hay una forma mejor de excusarse, sin poner caritas, ni afectación de filosofo de la Sorbona, Francia está de moda en el mundo de los toros: “Para no torear mejor no venir,”

Finito dijo que venía a despedirse, luego dijo que no. Espero que en Madrid haya sido lo primero: Adiós, Finito, Adiós. Perera puede dar tantas vueltas al ruedo como desee o como desee Molés. Allá él, como dicen ustedes, a mi los trofeos me dan lo mismo.

El resultado de un choque materia – antimateria no es, necesariamente la nada absoluta, El resultado de contratar a Morante, Finito y Perera es una media y una vuelta. Disfruten

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