Dicen que un noble personaje defendía
con ocasión de una cena la corrección de pedir disculpas siempre
que cualquier actuación propia hubiese causado, incomodo, molestias
o daño a otra persona, sin haber tenido intención. Defendía lo
contrario un aguerrido periodista, invitado al ágape, venía a decir
que las excusas, a veces, son mucho mas molestas que el silencio.
Otros asuntos mantuvieron alejada la atención de ambos, hasta que el
noble, digamos marqués, se levantó con violencia de la mesa y
dirigiéndose al periodista le espetó. ¡Que diablos hace sobándome
el muslo!. El periodista, sin asomo de arrepentimiento y en tono muy
tranquilo dijo: “Disculpe el señor marqués, estaba convencido de
que se trataba del muslo de la señora marquesa”.
Morante ofrece una excusa, una sola
siempre, de cuya solvencia no duda el morantismo: “Para no torear
es mejor abreviar”, una excusa añeja con sabor revenido para los
morantistas, en labios de Morante, es un susurro sensual de la ninfa
Calypso. Quizá, atendiendo la argumentación del periodista, pudiera
ser mejor el silencio, un silencio acompañado de una mirada
lánguida, pero sin complejos, una mirada inteligente, limpia de toda
ira, de todo resquemor, de todo arrepentimiento, que exprese un
sentimiento mas allá de cualquier frase, que cualquier palabra. Una
mirada enmarcada por unas guedejas escapadas de una testa tan mal
peinada, expresión de una filosofía primordial cercana al absoluto
como la vida salvaje se acerca a la verdad.
Una mirada así, Morante la tiene,
Morante es mejor actor que muchos cuya cara apenas tiene un registro,
unida a un silencio sagrado del cual, el ídolo del pellizco, no
sería dueño, sería emperador, haría babear de placer a críticos
y palmeros, compañeros, panegiristas y veraneantes del taller de
tauromaquia. No sería ya la frase mas cara en los oídos del
aficionado de pantalón rosa, verde como variante, chaqueta entallada
y clavel en la solapa: “¡Qué media de Morante!” (Morante es
especialista en Medias, creo que Di Stefano las anunciaba), ni
siquiera: “¡Qué bien habla Morante!”, sino “¡Que bien calla
Morante!”. La intensidad orgónica del silencio del demiurgo
llegaría a dimensiones cósmicas, un orgasmo en toda regla del ser
vivo Universo, validaría sin necesidad de ulterior comprobación las
hoy controvertidas teorías del doctor Wilhen Reich.
Hay otra verdad fuera del insigne orbe
morantista, una verdad incómoda, una putilla, un fantasma, un alma
que pena en la quasi-realidad, diría Charles Fort, pero que exige su
trozo efímero de quasi-existencia, Una verdad que grita, aúlla
chilla, sin que se la quiera oír: “Morante no ha toreado, ni ha
querido torear, ha traído sus toros debajo del brazo y se ha
mostrado incapaz, ha vejado a la plaza, se ha reído de su público y
se ha llevado incólume su aura de majestad”.
Hay una forma mejor de excusarse, sin
poner caritas, ni afectación de filosofo de la Sorbona, Francia está
de moda en el mundo de los toros: “Para no torear mejor no venir,”
Finito dijo que venía a despedirse,
luego dijo que no. Espero que en Madrid haya sido lo primero: Adiós,
Finito, Adiós. Perera puede dar tantas vueltas al ruedo como desee o
como desee Molés. Allá él, como dicen ustedes, a mi los trofeos me
dan lo mismo.
El resultado de un choque materia –
antimateria no es, necesariamente la nada absoluta, El resultado de
contratar a Morante, Finito y Perera es una media y una vuelta.
Disfruten
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